Desde un piso 12, en ciudad gótica

No tengo la más prostituta idea de la cantidad de veces en que me pregunté qué hago en este laburo. Hace un ratito pensaba como me malhumora estar en zapatos y ropa de vestir, tener que hablar en un lenguaje correcto, sentarme derecha y filtrar mis pensamientos antes de comunicarlos a los humanoides que trabajan conmigo. Es divertido ponerse la careta un rato, pero un rato nada más, no ocho horas diarias. A esta altura no me consuela pensar en que hay gente que labura diez/doce horas y gente que no tiene trabajo. Muchas veces me preguntaron que hago acá, yo también lo hago. Qué estaré haciendo en un edificio donde el ascensor habla, la luz del baño se prende sola, la cadena se tira sola, las cortinas son automáticas de acuerdo al huso horario y la gente en su mayoría vive una vida felizmente mediocre. Necesito otra cosa para mi vida, siento que si no rajo rápido de la institución quedaré atrapada. Me da asco pensar en la cantidad de sonrisas forzadas que inventé para parecer a gusto con mi creativo trabajo de secretaria. Las pocas ganas de ser servicial se van agotando día a día. Hay trámites que no los hago ni para mí porque los odio, menos me va a dar para hacerlos para otro. No me la puedo agarrar con mi jefe, es una excelente persona, hace casi todo solo. Quiero algo distinto. Quiero estar contenta con lo que hago.


No estoy deprimida, le podría llamar reflexiva. Esto es algo que pienso al menos 10 veces por día hace unos 8 años. Se aceptan sugerencias, laburos creativos, alientos múltiples, patadas voladoras, palmadas en los glúteos/espalda y mimos amistosos.