Fauna administrativa

En el trabajo no hago nada prácticamente, no me siento mal porque es una empresa privada. Los del sector de al lado -que se sientan a escasos metros- lo saben, pero pago su silencio con fichas de café que me da la honorable institución para convidar a la gente que viene a las reuniones. También cada tanto tiro un chiste para que vean que soy buena onda y simpática, pero tampoco me da muchas ganas de hablar con ellos, estamos en mundos distintos y todo lo que diga puede ser malinterpretado. Tengo cerca a una metalera vestida de oficina, digamos que es la más parecida a mí, a otro que tiene un tono de voz mala onda, pero nunca sabés qué onda realmente, a otro que se ríe de cualquier cosa que diga o haga y más lejos a los que componen el resto de la fauna oficinezca: el que se hace el lindo con todas (encima tiene cara de delfín), el que se lee las editoriales de La Nación (y las imprime), la gorda que hace yoga y control mental, las que quieren de su vida una casa, marido y perro labrador included, las que no paran de tener hijos cuan conejos en criadero, las chusmas de pasillo que ejercitan su lengua las 9 horas diarias, las que se hacen las pendejas con una pollera que mide 50 centímetros y las que tienen puré cheff en el cráneo y solamente hablan de laburo en la hora de almuerzo.
El tema dá para largo, cuando pinte seguiré hablando del asunto...

Me pregunto cual seré yo, supongo que soy un fantasma vestido de oficina.